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OPINIÓN

Fenomenología de los pobres que votan contra sí mismos por Clodovaldo Hernandez

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Las escenas de un programa cómico del siglo pasado, Cheverísimo, ahora revividas en plataformas de streaming y redes sociales, muestran a un señor andrajoso (aunque con una ostentosa bufanda) en el escenario de un ranchito, hablando con las ínfulas de un magnate en su mansión del Country Club. «Nosotros, los ricos, somos así», decía el personaje encarnado por el talentoso comediante Jorge Tuero, mientras retumbaban las carcajadas para recalcar la evidente contradicción, la clara incoherencia de su discurso.

Se ríe uno con estas ocurrencias, ¿pero, cuánta gente hay que actúa como ese personaje? Da la impresión de que cada vez son más numerosos los individuos a quienes en jerga marxista se les debe llamar desclasados, esos a los que “lo único que les falta para ser millonarios es la plata”, según decía mi viejo amigo Radamés Larrazábal.

Ahora bien, una cosa es que todos conozcamos a alguien así en nuestra cotidianidad y otra es constatar que cada vez es más frecuente el hecho de que la mayoría electoral –y pobre- de un país vote por el candidato que representa los intereses de los más ricos y promete abiertamente acabar con cualquier indicio de justicia social, es decir, que se propone quitarles a los más desfavorecidos hasta las migajas que el sistema les ha dejado tener o que han conquistado luego de muchas luchas y sacrificios.

Parece inexplicable la tendencia de los sectores populares a arrojarse por precipicios, apoyando a candidatos y partidos que plantean erradicar hasta los precarios programas de asistencia social existentes. Se trata de una actitud contraria incluso al instinto de conservación y supervivencia, pues los protagonistas son personas cuyas posibilidades de alimentarse, educar a sus hijos, tener acceso al sistema de salud y a los servicios públicos dependen, en gran medida, de un Estado con algún grado de inquietud social, aunque esta sea netamente utilitaria.

En estos casos surge la tendencia a culpar a las masas por su falta de conciencia de clase. Pero, vista la recurrencia de estos fenómenos y sus características cada vez más toscas, hay que dedicarle tiempo a pensar en cuáles son sus causas. Hagamos acá una aproximación empírica a una de ellas: la imposición ideológica del capitalismo.

Dominio del significado, del relato

Una de las razones del florecimiento de esta actitud autodestructiva es el triunfo de las estrategias de adoctrinamiento de los poderosísimos aparatos ideológicos del capitalismo hegemónico global y sus respectivas franquicias en cada país, las oligarquías y burguesías nacionales.

Iglesias, instituciones educativas, medios de comunicación, industria cultural, agencias de publicidad y mercadeo y, más recientemente, las empresas dueñas del mundillo digital y de redes han trabajado durante décadas en procura del mismo objetivo: manufacturar pobres de derecha, el mejor invento del capitalismo, perfeccionado en la dantesca etapa neoliberal.

La colonización de las mentes del proletariado, el campesinado y la pequeña burguesía (dicho, de nuevo, en jerga marxista) ha sido realmente efectiva. En cualquier parte de nuestras ciudades y campos se encuentran personas pertenecientes a estos estratos sociales, pero que defienden con furor las ideas dominantes.

No es un fenómeno del todo nuevo. En los años 60, 70 y 80 era común que gente de los barrios marginales de Caracas, residentes de viviendas precarias, sin servicios públicos, con ingresos apenas suficientes para sobrevivir afirmaran que no votarían por José Vicente Rangel, Héctor Mujica, Teodoro Petkoff u otros líderes de izquierda porque “si aquí llega un comunismo y tienes dos pares de zapatos, te quitarán uno y si tienes dos camisas, te quitarán una”.

Lo dramático es que algunas de las personas que decían esto eran tan desposeídas que no tenían ni siquiera ese emblemático par de zapatos empleado en su repetido ejemplo. Se las arreglaban con chancletas de plástico o alpargatas, pero preferían creer en que algún día tendrían muchos codiciados bienes y, entonces, no iban a permitir que se los arrebataran los comunistas.

Esa base ideológica fue apuntalada por el liderazgo de Rómulo Betancourt, un dirigente que abrigó originalmente ideas de izquierda (como puede comprobarse en el documento llamado Plan de Barranquilla), pero que se transformó en furibundo anticomunista, destacado agente del macartismo en Latinoamérica.

Ese primer fundamento doctrinario tendría a partir de los años 80 una oleada brutal, casi un tsunami. Con el auge de los planteamientos neoliberales ya no solo se cuestionaba a los hipotéticos gobiernos comunistas o socialistas, sino que se iba mucho más allá y se censuraba el “gasto social” de los gobiernos socialdemócratas, socialcristianos y afines, estigmatizándolo como una secular mala práctica de nuestras sociedades, una de las razones del subdesarrollo que sufrimos. Se le sembró a los pobres y clasemedianeros la creencia de que ellos no eran trabajadores explotados y excluidos, sino una legión de pedigüeños que esquilmaban al Estado y hacían imposible el crecimiento económico, desiderátum de la religión neoliberal.

Como es muy complicado poner a las personas a culparse a sí mismas, se ha optado por señalar que las sanguijuelas del Estado son otros: los vagos, maleantes, mantenidos, chulos, una definición que cada quien identifica con aquel que sea más pobre que él mismo o ella misma. Es decir, que el de clase media alta apunta el dedo acusador hacia el resto de la sociedad; el de clase media baja lo hace hacia los más necesitados; y los que viven en ranchos en terrenos inestables acusan a los que no tienen absolutamente nada. Es un genial desvío del foco de atención porque de esa forma nadie culpa a los dueños del capital, que –está comprobado científicamente- han sido, junto a sus respectivas clases políticas, los verdaderos grandes vagos, maleantes, mantenidos y chulos, tanto en la IV como en la V República.

El individualismo como arma

La ideología neoliberal se ha implantado en las mentes de los proletarios estimulando de manera permanente el egoísmo, la egolatría, el individualismo. Por ejemplo, en el plano laboral, esto ha sido obvio. En las empresas donde había contratos colectivos, fueron desmontados mediante la oferta de convenios individuales. El argumento de “tú no eres un trabajador del montón, no tienes por qué ganar lo mismo que los otros”, resultó un arma cautivadora, irresistible para la mayoría, e hizo implotar a sindicatos y gremios.

[En el sector periodístico tenemos una amarga experiencia en eso, pero ese es otro tema].

Una vez desarticulada la organización sindical, los patronos pudieron acometer impunemente recortes en las plazas de empleo, en los salarios y otras prestaciones y presionar a los trabajadores a laborar más horas y a exigir menos.

En su más reciente fase, el capitalismo ha convencido a los trabajadores para que se exploten a sí mismos, mediante subterfugios como la tercerización, la “uberización” y la emprendeduría. Es el paraíso del propietario: una empresa con empleados, pero sin costos laborales. Y es el paraíso para el sistema dominante: un mundo donde los obreros se creen empresarios.

El populismo como villano

Uno de los grandes inventos en la batalla por el dominio del relato, de la narrativa, es la condena al populismo. El término comenzó identificando a grandes partidos de masas y a líderes carismáticos y, no pocas veces, demagógicos. Pero luego se ha extendido a toda aquella política pública que favorezca a los más necesitados.

Yendo a la raíz etimológica se descubre que cuando se sataniza al «populismo», en realidad, se abomina al pueblo, igual que cuando se condena al socialismo, el cuestionamiento va contra todo lo que tenga un enfoque social; cuando se denigra del comunismo, en verdad se está abarcando a todo lo que huela a espíritu colectivo, común; y cuando se demoniza al estatismo, en realidad, los dardos van contra la institucionalidad del Estado-nación.

En los años 90, mientras fraguaba el mundo unipolar postsoviético, partidos políticos de diverso signo (liberales, conservadores, socialdemócratas, democristianos y hasta los socialistas light) procuraron adaptarse a los nuevos tiempos con propuestas como aquellas del tercer camino, la economía social de mercado, el capitalismo con rostro humano y “tanto mercado como sea posible, tanto Estado como sea necesario”, un montón de intentos vanos de ponerle anestesia a una brutal regresión histórica.

A partir de cierto momento, las fuerzas ultraneoliberales desplazaron a todas las que planteaban esas medias tintas. Se ha llegado al extremo de plantear que ni la educación ni la salud deben ser sostenidas por el Estado, sino que cada quien debe procurársela, una idea que nos retrocede varios siglos en esos campos. Y de nuevo, lo más impactante es que esa propuesta encuentre votos entre quienes dependen de la sanidad pública para atender cualquier problema de salud de sus familias; y entre quienes han cifrado en la educación gratuita de sus hijos las esperanzas de la redención social.

El más reciente de estos casos, el de Argentina, es una demostración digna de un libro de texto. Gente de las villas (los barrios pobres) y jornaleros de los campos han dado su respaldo al engendro político que promete dejarlos sin servicios públicos, sin hospitales ni escuelas estatales, sin subsidio de transporte, sin ninguna protección laboral, es decir, privarlos de todo lo que les ha otorgado, hasta ahora, la leve esperanza de sobrevivir y de que sus hijos dejen de reproducir la pobreza.

En Venezuela, una organización de estudiantes de la Universidad Central, celebró la victoria de Javier Milei en Argentina, a sabiendas de que ese presidente electo es contrario a la educación pública gratuita y ha jurado que acabará con ella.

Parece una actitud incoherente, pero no lo es tanto porque si se hace una somera revisión se comprobará que la mayoría de esos muchachos llegaron a las universidades públicas gratuitas luego de estudiar toda su vida en colegios privados, algunos de ellos de alta gama. Si a Venezuela llegara un émulo de Milei y privatizara la UCV, ellos podrían seguir estudiando sin problemas y hasta más felices porque no tendrían la compañía de la chusma igualada.

Sí es incoherente, en cambio, la postura de los estudiantes provenientes de familias pobres o de clase media baja que suscriben esas congratulaciones. Una prueba más del profundo lavado cerebral al que ha sido sometida la sociedad toda en estos años de hegemonía capitalista.

La fábula del progreso para todos

En la satanización de los subsidios y los programas de asistencia social se usa una tesis muy engañosa: esos subsidios y programas son la causa del mal funcionamiento de la economía, entonces, si se suprimen, el país prosperará y todos saldrán favorecidos.

Lo pintan como si se tratara de detener una hemorragia, pero la verdad es que toda la sangre que deja de derramarse con el torniquete que le aplican al llamado gasto social es chupada obscenamente por los más ricos, los dueños del capital y las corporaciones.

Las herencias venenosas

Otra de las estrategias de la derecha en varios de los países de Nuestra América consiste en mantener tan comprometidos los ingresos mediante el endeudamiento que si llegan al poder gobiernos de izquierda -o moderadamente progresistas-, les resulte imposible desarrollar políticas bien diferenciadas de las neoliberales.

Mauricio Macri, antes de entregarle la presidencia a Alberto Fernández, se aseguró de dejarlo atado de manos con una enorme deuda. El dinero negociado con el Fondo Monetario Internacional fue repartido entre los grupos de poder económico de Argentina, mientras su pago, durante el período de Fernández, impidió que el mandatario peronista pudiera aplicar políticas con sentido social. Se limitó a otorgar compensaciones y bonos que fueron, además, descalificados por la derecha mediante la ya referida matriz de opinión de que los subsidios y ayudas a los necesitados fomentan la vagancia y hacen daño al patrimonio público.

[Claro que le faltó empuje, voluntad o tal vez alguna otra “cosa”, pero, al margen de esa característica personal de Fernández, el peso de la deuda contratada por Macri fue determinante en la pésima gestión que le abrió la puerta a Milei. Pero, ese también es otro tema].

El mecanismo perverso de la deuda funciona a las claras con doble propósito: transfiere de manera neta capital del Estado a poderosos emporios privados (capital e intereses que luego es pagado por los pueblos con graves medidas de ajuste fiscal) y dinamita los planes de cualquier gobierno progresista que arribe al poder.

La herencia venenosa de las deudas permite culpar a los gobiernos socialistas o similares de las graves dificultades económicas, entre ellas la inflación, y favorece que germinen las ideas supuestamente radicales de los mismos que contrajeron las deudas, aunque con máscaras distintas.

Por supuesto que el triunfo del capitalismo hegemónico en la batalla por las mentes no es la única causa de este voto-suicidio que hemos visto repetidamente. Hay varias otras razones que es necesario analizar. Pero el dominio de las narrativas es fundamental y ayuda a explicar cómo es que se producen esas escenas tragicómicas en las que un señor pobre, muy pobre (y no es el personaje del programa cómico), condena el populismo, legitima el corte violento de los programas de asistencia social y dice: “Es que así somos los ricos”.

(Clodovaldo Hernández / LaIguana.TV)

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«Alimentos sueltos: eliminar todas las cargas tributarias», por Mario Mazzitelli

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El hambre y la malnutrición

Por alimentos sueltos me refiero a todos aquellos que se pueden comprar concurriendo al proveedor correspondiente con bolsas o recipientes propios para llevarlos a casa. Por ejemplo: pan, pescado, carne, arroz, frutas, verduras, etc.

Por cargas tributarias me refiero; a nivel nacional: al IVA, Ganancias, Impuesto al cheque y otros impuestos internos; a nivel provincial: el impuesto a los Ingresos Brutos y a nivel municipal: la tasa de Inspección, Seguridad e Higiene y otras.

Eliminadas estas cargas tributarias sobre los alimentos sueltos, provocaríamos la organización de un circuito de producción, transporte y comercialización que redundaría en una baja inmediata de los precios, mitigando el drama del hambre o la malnutrición en millones de familias argentinas.

La restricción fiscal

Dado que el Sector Público Nacional deberá obtener “un resultado financiero equilibrado o superavitario. La presente Regla Fiscal implica que frente a cualquier desvío en los ingresos proyectados que afecte negativamente el equilibrio financiero, los gastos deberán, como mínimo, recortarse en la misma proporción.”

Para respetar esta norma propongo para los próximos 18 meses:

Suspender los viajes al exterior del presidente de la nación y cualquier comitiva oficial cuyo compromiso pueda ejecutarse por medios digitales.

Vender el avión presidencial.

Bajar todas las retribuciones que realiza el Estado Nacional (desde el presidente de la Nación, a los miembros del Gabinete Nacional, la Corte Suprema de Justicia, los integrantes del Poder Legislativo, funcionarios en empresas públicas, organismos descentralizados, BCRA, Banco Nación, etc.) a no más de 5 jubilaciones mínimas.

Seguir el mismo criterio a nivel provincial y municipal.

Incrementar el impuesto a los bienes personales de los sectores más ricos.

Gravar intensamente a los poseedores de grandes extensiones de tierras que viven en el exterior.
Etcétera.

De esta manera respetamos la restricción fiscal al tiempo que damos un ejemplo de austeridad desde las máximas autoridades del Estado. Superando la grieta entre diversas castas y las masas populares. Mejorando la calidad democrática.

Frente a situaciones graves soluciones excepcionales.

Están dadas las condiciones para implementar la medida de manera urgente:

a.- Emergencia social. Con el 53% de pobres y 18 puntos de indigentes. Con siete de cada diez niños y adolescentes sobreviviendo en la pobreza o la indigencia. Con jubilaciones de hambre. Con una economía informal que paga salarios miserables. Con el incremento de personas sin techo, cartoneros, etc. Queda poco para discutir.

b.- Es absurdo pagar impuestos para comer. También lo es para trabajar, producir, invertir y estudiar. Pero hoy, antes de la reforma tributaria que el país necesita, esta medida puede resultar de gran utilidad frente al drama social.

c.- Un gobierno que simula estar en contra del pago de impuestos debe ser puesto a prueba. El pago de impuestos resulta en un robo cuando se le roba la comida a una persona. Nunca lo es cuando se aplica sobre la exteriorización de riquezas desmesuradas.

d.- El Congreso Nacional no puede ser indiferente al drama de 25 millones de argentinos.

Visibilizar los impuestos invisibles.

Conforme a un estudio aparecido hace unos meses, el consumidor que compra un kilo de harina, paga un 36 % de impuestos. Por una botella de aceite de girasol o un paquete de medio kilo de arroz, los impuestos suman el 41.7 %. Etc.

Así como, a través de los octógonos negros en el etiquetado frontal de los paquetes de alimentos se advierte sobre el exceso de grasa, azúcar, sal y calorías, por su impacto en la obesidad, el sobrepeso, la presión arterial o la diabetes; un círculo negro que indique el impacto que los impuestos injustos estan provocando sobre la buena nutrición o el bolsillo escuálido de nuestra gente; probablemente generarían una rebelión popular. Por eso se los invisibiliza. Para que no sepamos, a la hora de comprar un alimento, cuanto estamos pagando de impuestos injustos.

Argentinos a las cosas!!! El hambre es un crimen que no espera!!!

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«La pelea es con Axel, no con Quintela», por Aldo Duzdevich

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El 20 de septiembre en el estadio de Atenas de La Plata, La Campora a través de Máximo Kirchner, hizo la declaración formal y expresa de guerra contra Axel Kicillof.

“Cristina es la conducción vamos a ver si la entienden (…) si queres otra canción veni te presto la mia” canto la barra camporista.

Allí se volvió a repetir las frase “Cristina ya dio todo, no le podemos pedir más, ahora nos toca a nosotros” .

Sin embargo quince días después, el twiterismo camporista salió agitar un nuevo y ya repetido “operativo clamor”: “Volve Cristina”. Ahora para presidir el Consejo Nacional del PJ, al cual estaba destinado el siempre candidato Wado De Pedro. Pero, parece que como ya sucedió otras veces, lo de Wado, no arranca.

Desde hace unos seis meses, el Gobernador de La Rioja, Ricardo Quintela, se cargó al hombro la difícil tarea de salir a recorrer las 24 provincias , escuchando y hablando con los peronistas de todos los colores. Con la idea de intentar rearmar la conducción del Partido Justicialista, sin mayor ambición que recrear un espacio que pueda realizar una convocatoria amplia al desperdigado peronismo nacional.

Nadie, comenzando por el mismo, pone en duda la historia y la calidad dirigente de Cristina. Pero, al igual que muchos, ve la necesidad de intentar generar una conducción partidaria con sentido federal, horizontal y abierta a todos los sectores del peronismo. Una conducción partidaria que abra el juego, que permita el debate interno y que de lugar aquellos nuevos dirigentes que quieran construir una alternativa de poder para disputar el gobierno en el 2027.

Entre esos nuevos dirigentes con alguna chance de disputar con éxito el 2027 esta en primer lugar el Gobernador de la Pcia. de Buenos Aires, Axel Kicillof. Aunque probablemente, haya varios más con esa aspiración, como el mismísimo Máximo Kirchner que lo ha manifestado en privado varias veces.

Y aquí esta la pelea de fondo, que como digo en el titulo no es con Quintela, es con Axel Kicillof, y por esa razón con Wado no alcanza y hay que volver a recurrir a Cristina.

Pocos recuerdan, que en el 2023, la totalidad de las listas de legisladores nacionales y provinciales de la provincia de Buenos Aires, las decidió Máximo Kirchner, y, el gobernador Kicillof no pudo poner a nadie de su confianza en cargos legislativos.

El año próximo en todo el país vamos a elegir legisladores nacionales y en la provincia de Buenos Aires, también habrá recambios parciales de legisladores provinciales. Entonces, si se repite, que el único dueño de la lapicera es Máximo, y Kicillof tiene que aceptar que le digiten las listas en su provincia, pasaría ya, a convertirse en candidato con mandante. Dicho en términos vulgares en un “chirolita”. Y si hay algo que la sociedad no va a comprarnos nuevamente es otro “chirolita”.

Desde hace 20 años en el peronismo no hay internas para candidatos nacionales. Diputados y Senadores nacionales han sido digitados desde la Casa Rosada o el Instituto Patria. Salvo claro, en las provincias donde somos gobierno y los gobernadores tiene algo más de espalda para resistir las ordenes que vienen de arriba.

El peronismo ha entrado en una crisis casi terminal. Y si, desde un sector Amba-centrico, se pretende repetir métodos que generan cada vez más disconformidad y dispersión, vamos a tener ultraderecha por muchos años.

Ricardo Quintela este viernes pasado en Neuquen, expreso claramente: “Kicillof es hoy el compañero en mejores condiciones para ser candidato a presidente, y yo tengo un acuerdo con él”.

También dejo una definición muy interesante, que reemplaza la remanida frase del “el que gana conduce, el que pierde acompaña”. Quintela con la calidez con que se expresan los hombres del norte, dijo “tenemos que resolver nuestras internas de modo que el que gana vaya abrazar al que pierde”.

Cristina como es habitual en los operativos clamor, todavía no abrió la boca. Esta claro que de ninguna manera aceptaría medirse en una interna partidaria. No porque no vaya a ganar, pero seria someter su liderazgo a un cuestionamiento que jamás aceptaría. Además, hay que saber que votan solo los afiliados al PJ de cada provincia. Es una elección de aparatos, hay que buscar la gente y llevarla a votar. Y en esta interna, votarían los afiliados cordobeses, los de Santa Fe, San Luis, Tucumán, etc..

En diez días hay que presentar las listas. Quintela ya tiene los avales correspondientes y La Campora inicio la búsqueda de firmas también.

Sobre como se resuelva esta disputa en los próximos treinta días, está el futuro próximo del peronismo, y la posibilidad de que Kicillof emerja como un presidenciable con chance, o sepulte sus aspiraciones hasta dentro de varios años.

Aldo Duzdevich

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«Adiós al asceta de Palacio», por Sanjuana Martínez Montemayor

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Se va. Y no se lleva nada material: decidió regalar sus objetos personales. Acomodó sus trajes para donarlos, todos. “Ya no los voy a necesitar”, dijo. Sus camisas blancas, sus corbatas tienen el mismo destino. La mayoría de sus libros le pertenecen a Laurita, su fiel secretaria a quien heredó su biblioteca. Tampoco quiso llevarse los miles de regalos institucionales, los cuadros o los muebles que acompañaron su estancia los últimos seis años. Su reloj, ese que le regaló su entrañable amigo Carlos Torres, lo rifó en su última mañanera. Y no se lleva nada material, repito. Se va como un asceta, abandonando los placeres materiales del poder para purificar su espíritu. Se va por la puerta grande, se va con el estruendo de los aplausos de millones, aclamado; se va con la satisfacción del deber cumplido, con el orgullo de haber servido a su pueblo. La suya, es una despedida triste para los millones de mexicanos que decidimos acompañarlo en esta utopía, triste porque se nos va el hombre que inició la ansiada transformación de México, se nos va el político que por primera vez pensó en los pobres, el presidente que elevó a rango constitucional los apoyos sociales, el único que se atrevió a defender a los pueblos originarios, el que exaltó nuestro origen indígena. Se va el presidente más amado; pero también el presidente más atacado por los dueños del dinero, el más difamado por los medios corporativos. Se va el presidente que recorrió los pueblos, que le dio varias vueltas a la República para abrazar, consolar y sentir a los más necesitados. Nunca le importó lo material. Siempre fue sobrio, austero. Todos los que le visitamos en Palacio Nacional fuimos testigos de su estilo espartano de vida, sin lujos, sin ostentaciones. Llora él, lloramos nosotros. Se va sin nada. Se va con el equipaje ligero. Se lleva lo más etéreo, lo más sublime: el amor de su pueblo. Ese amor trasciende en la historia y lo coloca en el glorioso lugar de los grandes hombres que forjaron un México mejor. Se va dejando la estela de un movimiento único, genuino y eterno que contempla una epopeya, la gesta de una nueva raza: el Obradorismo.
Gracias presidente, gracias por todo, gracias por tanto; Es un orgullo y es un honor haber luchado con Obrador ❤️
Sanjuana Martínez Montemayor
*Periodista Mejicana

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