Al celebrar los 150 años de la fundación de Mar del Plata creemos oportuno escribir algunas reflexiones en torno a este singular acontecimiento desde una perspectiva política.
Mar del Plata mirada con perspectiva griega: “polis”, podemos describirla tras su creación acaecida en el último cuarto del siglo XIX, como la ciudad refugio veraniego de la aristocracia; luego en las primeras décadas del siglo XX se convirtió en la aspiración de la clase trabajadora, que accedió al bienestar y el descanso, para en los albores del primer cuarto del siglo XXI ser la ciudad que puja por alcanzar su pleno desarrollo con trabajo e industria, educación, cultura, deportes, salud y acceso igualitario, con una economía que agregue valor a su producción de bienes y servicios para los argentinos y el mundo, mostrándoles lo que tenemos y quienes somos.
“Mar del Plata es el espejo de la democracia social de la Argentina», afirma Juan Carlos Torre, coautor, junto con Elisa Pastoriza, del libro titulado: “Mar del Plata. Un sueño de los argentinos.”
En esa frase se cifra el espíritu, que recorre el itinerario de la villa balnearia construida a fines del siglo XIX: desde el solar veraniego de las clases altas hasta la capital del turismo de masas en la que se convierte en las décadas de 1950 y 1960. «¿Qué se puede decir de la Argentina del siglo XX? Que convirtió el desierto en una pradera fértil y que comenzó a exportar alimentos al mundo. Que es el país de América Latina que recibió la mayor cantidad de inmigrantes europeos. Que es una sociedad atravesada por un impulso igualitario y que, a diferencia de otros países del continente, hay una demanda permanente por una relación menos jerárquica y más horizontal. Que, a pesar de una historia política pautada por accidentes, avances y retrocesos, como telón de fondo se mantiene la apertura social sostenida por una creencia según la cual nadie en la Argentina es, por nacimiento, inferior a otro. Mar del Plata, en ese sentido, es un caso paradigmático: creada como la villa balnearia de la oligarquía o de las clases altas, fue puesta bajo asedio por ese impulso igualitario muy rápidamente.», agrega Torre.
La evolución del balneario refleja las transformaciones sociales del país. «Esos cambios se dan muy tempranamente. Se suele asociar este proceso al peronismo; el peronismo profundiza y magnifica esa transformación, pero en 1910 ya se ve que esa elite se está preguntando: ¿Y quiénes son estos?», aclara Elisa Pastoriza.
Advierten los autores de la obra antes citada, que la trayectoria de Mar del Plata podía ser leída como una metáfora de la dinámica de la sociedad argentina. «Encuadraba perfectamente en esta idea de un impulso igualitario y de una movilización en pos de un sueño, que era estar ahí, conocer aquello que, en un principio, había pertenecido o había sido creado por otras clases», sostiene Pastoriza.
«Así como la capital, Buenos Aires, es una suerte de faro de la modernidad, Mar del Plata es faro de la recreación compartida, la idea de que hay un solo lugar», dice Torre, y señala la diferencia con otros países en los que los lugares de ocio, recreación y descanso se encuentran segmentados por clases sociales. Los 25 km de costa contenían a todos «bajo el mismo cielo y mar», dirán los autores en el libro.
“Mar del Plata. Un sueño de los argentinos” recorre diversas etapas: su creación, a fines del siglo XIX, a imagen y semejanza de balnearios franceses en los que veraneaban los sectores altos argentinos; el período a cargo de la gestión socialista; los años del gobernador de facto, Manuel Fresco; los años peronistas, con la creación del turismo social y los hoteles sindicales, hasta los años 60 y 70.
La pujanza económica de la Argentina de 1910 traería aparejados cambios sociales y daría comienzo lo que los autores llaman «la marcha sobre Mar del Plata». Los testimonios de la década del 10 y el 20 refieren, cuenta Torre, a «los nuevos veraneantes que hacen caso omiso de la elegancia de las altas clases y van allí a disfrutar de ese balneario donde se había fabricado una feria de vanidades, donde competían por la mejor residencia, por pasear con las mejores ropas y por las apuestas en el casino. Al casino se iba a hacer ostentación de dinero, no a ganar».
Testimonios de cronistas de 1915 y 1917 arriesgan una frase: «Esto se está democratizando demasiado». Cambiará también el paisaje social de la rambla, el emblemático espacio público de Mar del Plata.
Otro hito en la radiografía de la ciudad será la gestión socialista del municipio en 1920 y sus políticas públicas de promoción del balneario como un lugar para todos.
Asediados por los nuevos contingentes, la elite fundadora de Mar del Plata irá abandonando Playa Bristol, su ámbito natural, y comenzará su éxodo hacia el sur. Una de las figuras del éxodo es Marcelo Torcuato de Alvear, que se va hacia lo que más tarde será Playa Grande. A comienzos de los años 30 la presencia de esos nuevos veraneantes va a ser tan ostensible y la marea humana va a empujar de tal manera que la elite comienza a caminar.
A pesar de la regresión política de los años 30, Mar del Plata seguirá abriéndose a nuevos veraneantes. El gobernador de la provincia de Buenos Aires, Manuel Fresco, potenciará una monumental transformación poniendo en marcha tres proyectos: la pavimentación de la ruta Dolores-Mar del Plata, el complejo de Playa Grande y el nuevo núcleo que es el Hotel Provincial y el Casino.
La ampliación de Mar del Plata recorrerá, transversalmente, todas las gestiones: la socialista (Juan Fava, Rufino Inda, Teodoro Bronzini, Jorge Raúl Lombardo y Luis Nuncio Fabrizio), la conservadora (Fortunato de la Plaza, Domingo Hegilor, Florencio Martínez de Hoz, Julio César Gascón y José Camusso), la radical (Luciano Arrué) y, luego, la peronista (Juan José Pereda, Olegario Olazar y José Antonio Cavallo). «Esto está en todos los partidos políticos, también los conservadores, porque ellos eran hoteleros, tenían empresas de la construcción, o sea que ese crecimiento de Mar del Plata los favorecía», dice Pastoriza. Los autores explican cómo la expansión de la villa balnearia se sostuvo a lo largo de la historia a pesar de los tumbos políticos y económicos, el golpe del 30, el golpe del 55 y la proscripción del peronismo, hasta llegar a la década del 60 y recibir a dos millones de veraneantes.
Aunque en 1946 el peronismo encontró una ciudad ya consolidada, promovió una ampliación del acceso al balneario a través de políticas del turismo social, la proliferación de hoteles sindicales y la construcción de Chapadmalal.
En los años 60, se produce el apogeo de la ciudad de masas y el momento en el que Mar del Plata sufre dos deserciones. «En la década del 60 surge la juventud y para ella, en ese momento, Mar del Plata no es un lugar acogedor. Hay una cantidad de evidencias que muestran las dificultades que tienen los jóvenes: los pelilargos son objeto de persecución. Por eso migran a Villa Gesell. Por otra parte, en su apogeo, Mar del Plata deja de ofrecer esa exclusividad que uno asocia a tener mucho dinero. Sobre todo, nuevo dinero. El viejo dinero está en el Ocean, el Golf, las casas en Los Troncos, pero el nuevo dinero de 1960 no quiere estar ahí, sino en otro lugar más fantástico, y ese es Punta del Este», señala Torre.
«¿Si este pudiese haber sido otro país y no fue? No tengo idea -dice Torre-. El sueño de los argentinos se reveló extraordinario. Y cuando son extraordinarios, los sueños están condenados a sufrir los embates del tiempo. La idea de contener en un mismo espacio a todos los sectores, con sus diferencias, era extraordinaria, pero a una escala que ya no podía ser replicada, porque las sociedades se vuelven cada vez más complejas y heterogéneas».
El fin de ese sueño se da a comienzos de los 70, afirma Torre. «La idea del experimento social extraordinario comienza a sufrir los embates de una sociedad que sigue transformándose en dirección a la diversidad. Quizás el impulso igualitario que animó a esa sociedad fue perdiendo la eficacia. Sin embargo, no ha desaparecido del todo. De alguna manera, sigue presente en la sociedad argentina y es lo que la mantiene en vilo. La Argentina es un país donde nadie está contento con el lugar que tiene. Y nadie está seguro del lugar que tiene. Hay países, como Chile, que pasan años convencidos de que ocupan el lugar que les corresponde, pero ahora descubren que no es así. La Argentina, en cambio, desde muy temprano no se resigna y la desigualdad es objeto de crítica y de cuestionamiento».
Que exista un impulso igualitario no implica que haya una sociedad igualitaria, señala Pastoriza. Se trata de un proceso siempre en construcción. «Justamente, ese impulso choca con una sociedad que no es igualitaria y genera tensiones -dice-. No todo resulta feliz».
¡Felices 150 años, Mar del Plata! La ciudad que aspira a ser por siempre: La Feliz.
*Prof. Eduardo Javier Niella
LA CORRIENTE – UxP
