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La mitad del camino no es el destino: advertencias del voto argentino

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En nuestro país, ganar una elección legislativa suele celebrarse como señal de fortaleza. Pero la experiencia muestra que una victoria en medio del mandato es apenas un capítulo del relato: sirve para medir el clima político, no para asegurar su desenlace.

Raúl Alfonsín asumió el regreso democrático con un horizonte de transformaciones. El intento de democratizar los sindicatos a través de la Ley Mucci derivó en un choque con la dirigencia gremial, expresado en 13 huelgas generales. El triunfo de 1985 le dio aire en el Congreso, pero la presión militar, los retrocesos en la agenda de derechos humanos y la crisis económica que desembocó en hiperinflación terminaron por desmoronar su liderazgo. La legitimidad de origen no alcanzó para garantizar estabilidad.

Un caso diferente fue el de Carlos Menem en 1995. Tras el caos económico de fines de los ‘80, la convertibilidad entregó previsibilidad a amplios sectores de trabajadores y clase media. Esa sensación de tranquilidad cotidiana resultó decisiva para la reelección: el electorado apostó por conservar un orden que parecía funcionar, aun a costa de profundizar un modelo regresivo. Mauricio Macri tropezó con una ilusión similar. Con el espaldarazo electoral de 2017 creyó contar con apoyo duradero para políticas de ajuste. La Reforma Previsional cambió el escenario: miles de familias se sintieron lastimadas y las calles anticiparon lo que dirían las urnas en 2019. Se comprobó que el apoyo institucional no reemplaza al respaldo social.

En cuanto a Alberto Fernández, la combinación de pandemia, inflación y sequía configuró un escenario excepcionalmente adverso. La derrota de 2021 evidenció un agotamiento visible en distintos sectores: trabajadores sin recomposición real, clase media desgastada, jóvenes sin horizonte claro. No fue rechazo a una ofensiva regresiva: fue desilusión por expectativas incumplidas.

Es decir: cada ciclo tiene sus propias dinámicas, pero todos coinciden en algo esencial de la cultura política argentina: el voto intermedio es más advertencia que consagración.

Lo mismo cabe recordar mirando el 2025: el oficialismo pudo haber fortalecido su representación legislativa, pero ningún mandatario puede sentirse dueño del futuro por una elección favorable. El humor social en Argentina es exigente y cambia rápido si la vida diaria no mejora. Marx escribió que la historia puede repetirse como tragedia y luego como farsa.

La experiencia nacional confirma que las señales del electorado no se ignoran sin consecuencias.

Desde una perspectiva peronista, el desafío es asumir esta realidad con claridad: no alcanza con esperar que la crisis desgaste al adversario. Se requiere ofrecer un horizonte de derechos, inclusión y movilidad social que vuelva tangible la idea de comunidad organizada. Como insiste el Papa Francisco: “la unidad es superior al conflicto”; no como silencio obligado, sino como acuerdo sobre un camino común.

Perón lo sintetizó con su habitual precisión: “Cuando los pueblos agotan su paciencia, hacen tronar el escarmiento.”

Hoy, ese “escarmiento” tiene protagonistas concretos: trabajadores formales y informales, organizaciones barriales, docentes, pymes, jubilados, jóvenes que reclaman un lugar en el mundo.

Porque el sostén de cualquier proyecto político es la mejora de la vida real.

Donde hay incertidumbre, el voto se vuelve señal de alarma; donde hay derechos y futuro, se convierte en reafirmación. Borges escribió en El Aleph: “Vi el Aleph desde todos los puntos, vi el universo y me sentí abrumado.”

La política debería tomar esa advertencia: mirar todo el cuadro, no solo la foto de una noche electoral.

El que lo entiende, gobierna. El que no, ya empezó a perder.

(*) Roberto MandadoMilitante, Politólogo, Secretario Legislativo del bloque Vamos con Todos en el Concejo Deliberante de Viedma, Río Negro.

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