ECONOMÍA

EL PODER DEL «CLIC» SOCIAL: CUANDO LA VOLUNTAD COLECTIVA ACELERA LA HISTORIA

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La historia convencional suele presentarse como un flujo lento y gradual, un río de cambios que erosiona las estructuras existentes durante décadas o incluso siglos. Sin embargo, existen momentos excepcionales, puntos de inflexión en los que la sociedad, en su conjunto, experimenta una suerte de revelación colectiva—un «clic»—que condensa ese proceso lento en un estallido de transformación acelerada.
La premisa de que «cuando la sociedad hace el clic, no son necesarias décadas para rehacer una gran nación» no solo es válida, sino que encuentra su confirmación en episodios cruciales de la historia argentina y mundial, donde liderazgos audaces supieron canalizar esa energía latente para redefinir el contrato social en tiempo récord, priorizando la reconstrucción del bienestar popular, la inclusión ciudadana y la ampliación de derechos.
El caso argentino, citado en la premisa, es un laboratorio perfecto para observar este fenómeno.
La llegada de Juan Domingo Perón en 1945 representa el «clic» fundacional. Una sociedad fracturada por las desigualdades de un modelo agroexportador, con una nueva clase obrera migrante buscando reconocimiento, encontró en Perón y, crucialmente, en Eva Duarte, la voz y el instrumento de su propia conciencia. El «clic» fue la comprensión masiva de que el Estado podía y debía ser un actor central en la redistribución de la riqueza, la justicia social y la integración de los excluidos.
Lo que podría haber tomado generaciones de lenta evolución liberal se concretó en pocos años: el voto femenino, los convenios colectivos de trabajo, el sistema de jubilaciones y la redefinición de la identidad nacional popular.
Evita actuó como la catalizadora emocional de este clic, traduciendo políticas en pasión y derechos en amor militante, incorporando de manera irreversible a vastos sectores ciudadanos a la vida política y social.
Décadas más tarde, tras el colapso neoliberal de 2001, la sociedad argentina experimentó otro «clic» traumático: la percepción colectiva de que el modelo de los años 90 había fracasado estrepitosamente, llevando al país a la peor crisis de su historia. En este vacío de legitimidad, la llegada de Néstor Kirchner en 2003 no fue simplemente un cambio de gobierno; fue la encarnación de un nuevo consenso.
El «clic» fue el repudio al «que se vayan todos» y la demanda de un Estado presente que recuperara la soberanía, juzgara los crímenes de la dictadura y reindustrializara el país.
Kirchner comprendió ese mandato y, con una energía feroz, ejecutó cambios profundos a una velocidad vertiginosa.
Cristina Fernández de Kirchner continuó y profundizó este proceso, incorporando una amplia batería de derechos sociales y económicos, como la Asignación Universal por Hijo, la Ley de Matrimonio Igualitario y la Ley de Identidad de Género, que redefinieron la nación hacia una concepción más inclusiva y diversa.
Este fenómeno de reconstrucción rápida del bienestar público tiene ecos potentes en el mundo. Mahatma Gandhi en la India encarnó el «clic» anticolonial más profundo del siglo XX. Su gran logro no fue solo la independencia política, sino la reconstrucción de la dignidad y la autoestima de un pueblo subyugado. A través de la satyagraha (la fuerza de la verdad) y la no violencia, Gandhi logró que millones de indios, desde los intelectuales hasta los campesinos más pobres, hicieran «clic» y se reconocieran como ciudadanos soberanos capaces de gobernarse a sí mismos. Este despertar de conciencia masivo desintegró en años un imperio que había dominado durante siglos, sentando las bases para la mayor democracia del mundo.
En el México contemporáneo, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) representa otro caso de «clic» social canalizado. Tras décadas de dominio del PRI y PAN, marcadas por el neoliberalismo, la corrupción y una violencia creciente, una gran parte de la sociedad mexicana hizo «clic» con el lema de «primero los pobres». Su proyecto de «Cuarta Transformación» buscó, a alta velocidad, reorientar el Estado para reconstruir el bienestar desde abajo. Con políticas como las pensiones universales para adultos mayores, las becas para jóvenes y estudiantes, el apoyo a personas con discapacidad y la duplicación del salario mínimo, AMLO intentó incorporar económica y socialmente a los sectores históricamente marginados, redefiniendo la prioridad del gobierno hacia una visión de bienestar comunitario y republicano.
Otros ejemplos globales refuerzan esta tesis. Franklin D. Roosevelt y el New Deal redefinieron el rol del Estado estadounidense en apenas unos años, incorporando derechos laborales y seguridad social para una clase trabajadora devastada por la Depresión. Lula da Silva en Brasil generó un «clic» similar al de Néstor Kirchner.
El «clic» brasileño no fue solo económico; fue profundamente social y moral.
Fue la conciencia colectiva de que un país rico en recursos no podía seguir siendo el campeón mundial de la desigualdad. Lula, un ex tornero mecánico y sindicalista que encarnaba la ascensión del «hombre común», se convirtió en el canal perfecto para esta energía. Su victoria simbolizó la irrupción definitiva de las mayorías excluidas en los palacios de poder.
Una vez en el gobierno, la velocidad y el alcance de la transformación fueron extraordinarios, rehaciendo el tejido social de la nación en un tiempo récord. El programa estrella, Bolsa Família, se convirtió en el epicentro de esta revolución silenciosa. No fue solo un programa de asistencia económica; fue un mecanismo brillante de inclusión ciudadana. Al condicionar las transferencias de dinero a la vacunación y la escolarización de los hijos, el Estado actuó como un facilitador activo del bienestar, incorporando a millones de familias a la red de derechos básicos de los que siempre habían estado marginadas. En pocos años, sacó a más de 30 millones de brasileños de la pobreza extrema y catapultó a casi 40 millones a la clase media consumidora, una hazaña de ingeniería social sin precedentes en la historia de América Latina.
Pero la obra de Lula va más allá de Bolsa Família. Su gobierno reconstruyó el bienestar del pueblo a través de una batería de políticas que ampliaron el concepto de ciudadanía:
La premisa es poderosa y cierta.
La historia no es solo una fuerza lenta e imparable; también es susceptible de puntos de quiebre dramáticos donde la conciencia colectiva se sincroniza en un «clic» de necesidad y oportunidad.
Estos momentos permiten a las naciones saltar décadas de evolución gradual y reescribir su destino a una velocidad asombrosa.
Los ejemplos de Perón con Evita, Néstor Kirchner y Cristina, Gandhi, López Obrador, Lula en Brasil y tantos otros en el mundo no son anomalías, sino la prueba de que cuando el deseo de cambio de un pueblo—especialmente orientado a la inclusión, la justicia social y la ampliación de derechos—se encuentra con la voluntad política de materializarlo, el curso de una gran nación puede alterarse para siempre en un suspiro histórico.
El «clic» es el momento en que el pueblo se ve a sí mismo no como espectador, sino como arquitecto de su propio bienestar.
(*) Fernando Silvestre

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