Por: Lic. Erica Farcic.
El populismo como fenómeno ha sido estudiado desde diversas corrientes científicas en las ciencias sociales. Desde una visión epistemológica, metodológica e ideológica en particular, cada una de ellas ha elaborado una concepción del fenómeno citado en términos de su propio paradigma.
Sin embargo, a partir de la viralización de contenidos mediáticos, ha existido un proceso de vaciamiento y banalización del concepto. Al punto que se ha logrado instalar un significado peyorativo sobre el populismo que no se condice con su intrínseca implicancia y significado como categoría teórica política, con entidad sumamente relevante para comprender los complejos procesos de democratización y construcción de identidades políticas, en especial dentro de las sociedades latinoamericanas. Ernesto Laclau, ha sido uno de los primeros teóricos en señalarlo, reconstruyendo su entramado conceptual. Este artículo entonces va en busca de esas tradiciones teóricas que han abordado el fenómeno para realizar ese necesario rescate.
Cabe decir como punto de partida que todos los autores parten de un contexto histórico común al explicar los orígenes del populismo en América Latina. La mayoría observa que el fenómeno tiene alcance mundial pero que se ha dado con ciertas particularidades en Latinoamérica. Marcan el común surgimiento de todos los movimientos populistas a partir de la década del treinta, en un contexto de crisis económica mundial y repliegue de los países hegemónicos. La mayoría subraya que como consecuencia de la depresión económica mundial, los países periféricos debieron adoptar un nuevo modelo de desarrollo económico basado en la sustitución de importaciones; obligando a estos países a industrializarse, lo que trajo aparejado dos tipos de movimientos en las sociedades latinoamericanas. Por un lado, la migración del campo a la ciudad y por otro, la formación y crecimiento de la clase obrera.
Es el trabajo teórico de Laclau, el que ha logrado dimensionar en los últimos tiempos el fenómeno en profundidad; en uno de los intentos más serios de construcción formal de una teoría sobre el populismo desde una mirada nutrida de lo latinoamericano. Desde los inicios de elaboración de su teoría resultan cruciales los términos: crisis del bloque de poder y crisis del transformismo. En ambos se cuestiona al principio unificador de la clase dominante, siendo que el primero implica la incapacidad del sector dominante para mantener y reproducir los principios – los del liberalismo, en el caso argentino- que sustentan su dominación, mientras que el segundo se refiere a la incapacidad de cooptar dentro de su ciclo expansivo a las clases medias y obreras.
Tomaré claramente como referencia entonces el marco teórico de Ernesto Laclau, para analizar el surgimiento del peronismo como fenómeno populista en la Argentina. Para ello es necesario determinar cuales fueron las condiciones que se suscitaron en ese momento histórico y que dieron lugar a su construcción. Recordemos que estas condiciones aluden a una grave crisis del bloque de poder y a una crisis del transformismo. A este análisis resulta interesante sumar nuevos conceptos, explayados en el último libro de Laclau “La razón populista”(3) como la importancia de los significantes vacíos y flotantes en la construcción de las identidades políticas, que merecen un capitulo propio para su desarrollo.
Pero haciendo un recorrido sintético de la Argentina de los años treinta, nos encontramos ante un contexto de repliegue internacional a nivel económico y comercial y frente a un proceso, como antes se mencionó, de industrialización sustitutiva de importaciones en toda América Latina. Su impacto en la configuración de la realidad económica, política y social argentina se traduce por un lado, en un aumento sustancial de la población obrera y por otro lado, en una movilización poblacional del campo a la ciudad.
Para entender estas transformaciones, es necesario remitirnos a los comienzos de la construcción del Estado nacional. Momento histórico en el cual, el bloque de poder hegemónico en Argentina se encontraba representado por la oligarquía terrateniente, cuyo discurso tenía como principio articulatorio al liberalismo. Así, el afianzamiento del estado oligárquico en la Argentina estuvo articulado a cuatro elementos que condensaron su discurso hegemónico: el elitismo, positivismo, europeismo y antipersonalismo.
En este sentido el proceso de crisis hegemónica comienza cuando el liberalismo no logra desarrollar la capacidad para integrar la ideología democrática de masas a su discurso. Como consecuencia, era natural que la resistencia popular excluida del sistema político de entonces, es decir, los sectores pujantes representados por la nueva clase obrera y movilizada, se expresaran a través de contenidos fuertemente personalistas, antieuropeístas y nacionalistas.
Laclau señala que hasta el periodo señalado el bloque de poder pudo canalizar las tradiciones populares y absorberlas en su discurso de manera exitosa. Esto se debió a que la expansión del estado oligárquico estuvo ligada a un periodo de progreso e inserción en el mercado internacional que brindo la capacidad de establecer políticas redistributivas. Esto significaba que la clase dominante se encontraba cohesionada y dada ésta capacidad, pudo asociar a su ciclo expansivo a las nacientes clases medias y obreras, con lo cual, hasta el momento no existía una crisis a nivel del bloque de poder ni tampoco un colapso del transformismo.
La década del treinta, asiste tal como se mencionó anteriormente, a grandes cambios que anuncian el debilitamiento del bloque de poder hegemónico. Por un lado el proceso de industrialización sustitutiva genera nuevos antagonismos entre los sectores industriales nacientes y la oligarquía terrateniente y por otro lado, como consecuencia del impacto de la depresión mundial, el bloque de poder pierde la capacidad redistributiva, cerrando a las clases medias el acceso al poder político y erigiéndose un sistema parlamentario basado en el fraude electoral. De esta manera comienza a desarticularse la relación entre el liberalismo y la democracia.
A su vez, tanto la ideología nacionalista como la obrera experimentan cambios. La primera denuncia al imperialismo asociado a Gran Bretaña y en la segunda las interpelaciones popular democráticas comienzan a ocupar un lugar central en el discurso de estas clases, desplazando el reduccionismo de clase existente hasta el momento como componente del discurso obrero. De esta manera se hace cada vez más evidente la crisis del discurso político dominante. Se produce una progresiva desarticulación de los elementos constitutivos del discurso de la clase hegemónica, que ahora es incapaz de absorber las nuevas interpelaciones de las clases dominadas a su discurso y de neutralizar los antagonismos.
En este marco Laclau menciona que “el populismo consistirá, precisamente, en reunir el conjunto de interpelaciones que expresaban la oposición al bloque de poder oligárquico -democracia, industrialismo, nacionalismo, antiimperialismo-, condensarlas en un nuevo sujeto histórico y desarrollar su potencial antagonismo enfrentándolo con el punto mismo en el que el discurso oligárquico encontraba su principio de articulación: el liberalismo. Todo el esfuerzo peronista en esta etapa estará destinado a desligar al liberalismo de sus últimos vínculos con un campo connotativo democrático y a presentarlo como una pura y simple cobertura de los intereses de la clase oligárquica.” (1)
En este contexto, el peronismo irrumpe historicamente tratando de absorber en su discurso los contenidos que se le oponían e integrarlos para la generación de un bloque cohesionado en oposición al liberalismo. A ello se suma lo que Juan Carlos Torre menciona en “interpretando (una vez más) los orígenes del peronismo” (2), de que en la Argentina de aquel momento se ha producido un cambio en la estructura de clase del movimiento obrero que impacta críticamente en el poder de organización de la vieja guardia sindical. En este marco, la vieja clase sindical deviene incapaz de absorber los intereses y necesidades de las nueva generación de trabajadores surgida de la industrialización sustitutiva de los años treinta.
De esta manera, la estructura y organización sindical existente en aquel momento se ve rebasada por el crecimiento de la clase obrera, a la vez que se produce un choque cultural entre la vieja y nueva clase obrera, en el sentido en que las masas movilizadas eran portadoras de valores de tipo tradicional diametralmente opuestos a los valores de clase de las vieja elite sindical, lo cual va desgastando la legitimidad y representatividad de ésta.
En este marco será el peronismo quien logrará la capacidad de absorber estas demandas no canalizadas por el sistema político e institucionalizarlas vía regulación del Estado. El Estado en este marco, asociado a la figura de Perón, se convierte entonces en columna vertebral del sindicalismo argentino. Así, la mayoría de los derechos sociales y políticos no adquiridos hasta el momento son asociados a la acción del Estado.
Asimismo, cabe mencionar que la coyuntura de 1943 es marco de un proceso de cambio para la incorporación de las fuerzas populares surgidas durante éste proceso de modernización. Será mediante la intervención del Estado, a través de una nueva elite dirigente, que se concederán derechos y garantías exigidas por la clase trabajadora a través de un proceso de democratización. En este marco, Perón logrará condensar a través de su figura y por medio del Estado a la vieja clase obrera con la nueva, en un movimiento homogéneo y cohesionado, contribuyendo de esta manera a la creación de un sindicalismo de masas nacional.
Tras el fin del gobierno peronista comenzará una nueva etapa en la Argentina y a su vez dentro del peronismo operaran transformaciones en su estructura ideológica interna como así también en su conformación identitaria. No cabe aquí el análisis de esta transformación, pero resulta importante señalar desde el punto de vista histórico las derivaciones de un movimiento originariamente populista, ya que engarza con la teoría de Laclau.
Cabe mencionar asimismo desde la perspectiva politológica que el peronismo asume un lugar a significativo desde el punto de vista de las transformaciones del sistema político en Argentina. En primer lugar, por ser la llave de entrada de sectores antes marginados de la política al sistema político, abriendo de esta manera un canal institucionalizado para la participación de los sectores populares y contribuyendo con ello al enriquecimiento del sistema y la calidad democrática. Y por otro lado, el sistema partidario tomó en este periodo histórico su conformación característica, definiendo de aquí en adelante por lo menos el sistema de partidos argentino en un bipartidismo con preponderancia del Peronismo.
Es interesante observar asimismo en el caso argentino, después del derrocamiento del Perón en el 55, cómo el peronismo encarnó en su propio seno los antagonismos presentes en la sociedad argentina al escindirse internamente en sus diferentes manifestaciones ideológicas a las que dio lugar su interpretación por los sectores que se vieron representados y que protagonizarán en los años subsiguientes la historia social y política de la Argentina. Creo que su análisis merece un capitulo aparte que recorra trayectorias para comprender la actualidad. Pero era necesario ir en busca de este rescate conceptual, para volver a construir ese entramado que todavía hoy le aporta dinamismo a la construcción de la identidad política del peronismo, que se encuentra en permanente discusión y en la que radica su riqueza como fenómeno.
Notas
1. Laclau, Ernesto. “Hacia una teoría del populismo”. Editorial Madrid, S XXI.
2. Torre, Juan Carlos. “ Interpretando una vez más los orígenes del peronismo”. Revista Desarrollo Económico, N 112, 1989.
3. Laclau, Ernesto. La Razón Populista, FCE, Buenos Aires, 2005.
4. Hamilton, Nora. “ México: los límites de la autonomía del estado,” Cárdenas y la nueva alianza, México, ERA, 1983, p. 108.
5. Hamilton, Nora. “ México: los límites de la autonomía del estado,” Cárdenas y la nueva alianza, México, ERA, 1983, p. 125