OPINIÓN

José Carlos Soriano, también conocido como Pepe, también conocido como Schulz por Lucas Yañez

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Lamento mi falta de originalidad. Seguro que leyeron algo parecido en algún otro lugar, pero a veces escribir es una necesidad tan fuerte que uno se olvida de ese deber de no reiterar lo que otras plumas volcaron mejor, más claro y más sencillo, y acometemos la hoja en blanco con el entusiasmo que sentimos cuando queremos compartir alguna idea que nos da vueltas en la cabeza y sabemos que no nos podremos pensar en otra cosa hasta que la pongamos por escrito y la echemos a volar.

Ya no recuerdo si vi por primera vez _“La Patagonia Rebelde”_ por iniciativa de algún/a profe del secundario con iniciativas capaces de saltearse el programa o si fue en el auge pre plataformas de las video caseteras que nos proponían maratones de películas antes de que internet se diseminara y el streaming nos trajera los consumos culturales a domicilio.

Si recuerdo que transitaba mi adolescencia y que, para mí, la descripción que nos proponía la geografía escolar de la Patagonia como una estepa árida, fría y surcada por los vientos, la acercaba más a las aventuras de Miguel Strogoff que a luchas obreras y anarquistas de las que, además, por entonces no tenía idea que se trataban ni que hubieran sucedido en nuestro país.

Revisité la película varias veces desde entonces y siempre me sorprendí encontrando elementos que antes había pasado por alto y que me ayudaban a encontrarle nuevos significados.

Pero hay una escena que desde aquella primera experiencia como espectador me quedó marcada y es uno de los grandes aportes del cine nacional para iluminar nuestra identidad. En la estancia _“La Anita”_ los peones rurales en huelga se hayan reunidos en asamblea. Han recibido la intimación del ejército para abandonar la huelga, entregar las armas y los caballos y volver al trabajo sin ningún compromiso de que sus demandas sean, al menos, escuchadas. Les exigen una rendición incondicional o sobrevendrá la represión. Uno de los líderes de la huelga, el _“Gallego”_ Antonio Soto -protagonizado en la película por Luis Brandoni-, se dirige a sus compañeros arengando a no entregarse a las tropas del teniente coronel Zabala,
_“¡No aceptéis! Os fusilarán a todos. (…) No os rindáis. ¡Sois obreros, sois trabajadores! ¡Compañeros, a seguir con la huelga!”_

Las caras que Soto tiene delante están curtidas por el rigor y la dureza de años de explotación y nosotros, espectadores, no alcanzamos a ver destellos de emoción alguna. Pero Soto los conoce y algo le dice que esta vez no logrará convencerlos. Su voz se va quebrando hacia el final quizás porque no acierta con las palabras que los decidan a continuar con la lucha. Vuelve a hablarles de esa nueva sociedad que se alzará cuando triunfen,
_“(…) donde no haya pobres ni ricos. (…) Donde haya alegría y respeto por el ser humano”._

La voz le tiembla. Será el turno del _“Alemán”_ Pablo Schulz. Quizás su voz áspera y con marcado acento germánico logre el efecto que Soto no consiguió. Pero la película no nos muestra el discurso de Schulz, tal vez para reservar su potencia para lo que vendrá después. Sí vemos a las tropas del ejército argentino iniciando su marcha sobre _“La Anita”._

Cuando la cámara vuelva a la asamblea, Schulz estará agitando su brazo para remarcar,
_“Lo digo bien claro, para que no queden dudas: ¡la única forma de ganar es con las armas!”_

Entra en escena un obrero a la carrera. Agita su sombrero para interrumpir los discursos,
_“¡Compañeros! Les presento la moción de entregarnos… Sin condiciones”._

Las manos se alzan lenta y mayoritariamente, como lenta y mayoritariamente se desconcentra la asamblea.

Primer plano del _“Gallego”_ y el _“Alemán”._ El primero parece mucho más golpeado por lo que acaba de suceder que el segundo. Así lo dice,
_“No esperaba este final… No lo esperaba. Vamos, Alemán. Aquí no queda nada por hacer”._

Recuerdo la respuesta de Pablo Schulz como una de las primeras enseñanzas políticas que recibí en mi vida. Seguramente haya recibido otras antes, pero esa me impactó de tal manera que, cuando entendí un poco más –subrayo “un poco”- de política, de militancia, de compañerismo como caminos para construir esa sociedad de la que hablaba Antonio Soto, enseguida vinieron a mi memoria, como ejemplo, las palabras del _“Alemán”_ Schulz,
_“No, Antonio. Yo me quedo. Respeto la resolución de la mayoría”._

El _“Gallego”_ Soto no puede creer lo que oye,
_“¡Pero eso es un suicidio! ¡Los fusilarán! ¡A ti el primero!”_

Schulz está tranquilo. Tiene la tranquilidad que le da ser leal a sus convicciones. Leal a sus compañeros. Leal a lo que han decidido en asamblea,
_“Siempre acaté la resolución de mis compañeros, aunque se equivocaran. Hoy han elegido la muerte”._

Alguien dijo alguna vez que Schulz prefiere equivocarse con los compañeros, a tener razón solo.

Soto y Schulz se abrazan. El _“Gallego”_ se aleja. Buscará cruzar la frontera con Chile. Da unos pasos hacia las montañas que se ven de fondo y, de repente, se vuelve,
_“¡Vamos, Alemán! Aquí, muy cerca, está ese paraíso que tanto buscabas”._

Schulz niega con la cabeza y se vuelve, a su vez, hacia donde están sus compañeros. Si hay un paraíso en esta tierra, está allí, adonde están los obreros, los trabajadores que se deciden a la lucha, aunque esta vez decidan buscar un acuerdo con el ejército.

José Carlos Soriano, más conocido como Pepe Soriano, interpreta al _“Alemán”_ Schulz en la película. Imagino que cuando hace unos días lo visitó la parca, le arrojó la pala, porque no estaba dispuesto a cavar su propia fosa; se tomó el tiempo de apretar la mano de sus compañeros y hasta detenerse en un abrazo con uno de ellos; apoyó todo el peso de su cuerpo sobre una de sus piernas, compadrito; se quitó los lentes muy despacio y esperó la descarga de cara al sol.
Lucas Yañez

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