Buenos días Señora!
Una mujer alta, delgada, de unos 80 años, con un vestido oscuro, cerrado, abotonado desde el cuello y largo hasta casi los tobillos, estaba frente a mí. Tenía el cabello blanco y unos ojos que todavía conservaban un extraño azul que el tiempo posiblemente había ido agrisando.
Soy Virginia Bolten, ¡anarquista, feminista, luchadora por los derechos de la mujer trabajadora! Fue su presentación.
Siempre pensé que tengo con Ud. muchas cosas en común.
Quizás alguna vez en su juventud, donde nació, cuando escuchaba a los payadores anarquistas alguno me nombro en sus coplas. Pero eso fue hace tanto tiempo, seguro se fue borrando de sus recuerdos.
Fueron segundos de tiempo, pero por la mente de Evita pasaron, como un viento, Luis Acosta García, Martin Castro, Alberto Ghiraldo, algún comentario de Homero, de Mellaza Muttoni o Leopoldo, que conocía tan bien el campo.
Se estrecharon la mano. Virginia sintió unos dedos delgadísimos, pero llenos de una electricidad que transmitían una energía extraña.
Ud. nació en Los Toldos, no en Junín exactamente, dijo. ¿Todavía había indios pampas? preguntó.
Sí, estaban los Coliqueos, que siempre habían sido aliados. Así que no tuvieron grandes problemas.
Donde yo nací, en San Luis, algunos no marcharon, cuando el ejercito los arreó como ovejas. Se rebelaron, los fusilaron, y les violaron a muchas de sus mujeres. Nosotras siempre fuimos trofeos, de unos y de otros. Unos cuantos que ya trabajaban y sembraban maíz, zapallos y papas, con semillas que vinieron del Perú, se quedaron trabajando la tierra pacíficamente, cerca de Villa Mercedes, que es lo que querían hacer. No querían pelear.
Por favor, ¡siéntese, Virginia! Disculpe que no le acerque yo una silla, pero no puedo caminar bien y estoy un poco débil.
Gracias señora, respondió, mientras acercaba una, frente al escritorio.
Por favor, no me diga señora. Dígame compañera. Con Ud. somos compañeras hace tanto tiempo, aunque nunca nos hayamos visto. Yo leía sus artículos en los diaritos que circulaban. “La Voz de la Mujer Trabajadora”, llegaba alguno desde Tandil, o Baradero, de mano en mano. Ud. anduvo por tantos lugares… Recuerdo su consigna:
¡Ni Dios, ni patrón, ni marido!
Quiero serle sincera. No coincido en dos de sus consignas. Crecimos en la confusión que el marido era también nuestro patrón. Eso nos enseñaron.
Con Dios, me pasó algo parecido, porque se me confundía con algún confesor que, cuando era muy jovencita, me intentaba abusar con preguntas pornográficas, con voz libidinosa, sabiendo que yo era chica. Respetaba su vestimenta y era hija “natural”, no tenía padre reconocido. Si mi mamá era una “pecadora”, yo también podía ser.
Mi papá vivía con su familia legal.
Pero algún cura también me enseño que en la tierra hay siempre más gente buena que mala. Los malos son minoría. Eso los vuelve más malos, porque saben que, si no, desaparecen. Como también hay más pobres que ricos. Por eso, enredan y trampean siempre las elecciones y generan tantos requisitos para darte derechos políticos. A algunos se les había ocurrido plantear que solo tienen derecho al voto los hombres, porque son soldados – pero hay muchos y más en la guerra que, con dinero, compran reemplazos. Mire la guerra del Rif en España.
También aprendí que ser sacerdote es un título que se gana estudiando y dando exámenes – como un ingeniero o un abogado. Son como todos, son seres humanos, no dioses. Los hay malos y buenos. Ser cura es otra cosa. El cura cura, o ayuda a curar las otras heridas que nos da la vida. Confundíamos a Dios con los que decían representarlo.
¿Conoce al padre Hernán Benítez? ¿Al Padre Julio Iocco, cura obrero de Lanús, que trabaja en una fábrica y, cuando sale, abre la parroquia? Se lo voy a presentar.
Hace años que vivo en Montevideo. Viajé toda la noche en el barco de la carrera, para estar temprano en la fila para verla. Cuando termine de conversar, me voy para el Puerto, espero el primer barco y vuelvo a casa, respondió Virginia.
Yo vengo del campo, de una estancia. Mi papá era un alemán, marinero. Su buque tenía como un puerto, Valparaíso en Chile. Él se dio cuenta que venía la guerra con Francia. Desembarcó y en el camino a Buenos Aires, cruzó por San Luis. Consiguió trabajo en una estancia y se quedó, porque se casó con la hija del dueño. De allí, nací yo y tres hermanos más.
Esa familia no duró mucho y con uno de mis hermanos decidimos irnos. Así conocí la vida de la mujer que trabaja. Conozco la zafra tucumana, la levantada, del maíz en Córdoba, el trigo en Santa Fe y las fábricas y el puerto en Rosario. El sufrimiento de las mujeres que, a las tres de la mañana en invierno y con la cría durmiendo al lado, tienen que ordeñar con las manos resquebrajadas de paspadas.
Me hice anarquista en Avellaneda, donde fui fosforera y trabajé en los frigoríficos. Mi lucha es por la mujer trabajadora, por sus derechos, por su salud, explotadas en los horarios, trabajando embarazadas y cuando regresan al conventillo, lavando ropa y preparando lo qué se puede de comida. Sin escuela, ni educación. La inmensa mayoría no lee, ni escribe y no se puede defender y, si estás sola, todos los proxenetas las quieren coger y hacerlas putas para explotarlas.
Mi lucha es por ellas. Fui delegada en un montón de lugares. En la fábrica de fósforos, en los frigoríficos y en Rosario en la refinería, estuve presa muchas veces. Soy anarcosindicalista y creo en la organización sindical de la mujer, para la defensa de sus derechos y para el desarrollo de su educación y la de sus hijos.
Como mi marido es uruguayo, cuando estuve la última vez presa, dije ser uruguaya y me deportaron por la ley de residencia. Igual volví un montón de veces a la Argentina a organizar sindicatos y huelgas. Edité periódicos con la prédica anarquista para la mujer trabajadora. Los edite con mi salario.
Volví a Montevideo embarazada y, con un hijo, me dediqué a fundar periódicos Anarquistas para las mujeres. Allí le presté atención a su prédica, pero fundamentalmente a su acción. Siempre creí que lo principal es la acción, lo que se hace. No lo que se dice. Me sentí por primera vez representada.
En la Argentina los Anarquistas habían sido barridos. Vi la Semana Trágica, los fusilamientos en la Patagonia. La muerte de Scarfo y Di Giovanni. Había decidido no volver.
Mira compañera, dijo Virginia, prepárate para la lucha violenta. Las ricas de la Argentina te odian, ellas quieren ser sufragistas como las inglesas, son hijas de la oligarquía, solo hay que ver sus apellidos: Alvear, Grierson, de Justo, Anchorena…, sus elegantes cenas de señoras sufragistas. Están casadas con Radicales que olvidaron a Alem, del Partido Conservador, patrones de estancias del interior, como tu viejo y el mío. Socialistas gorilas, como dicen Ustedes. Saben que siempre gobernaron por la violencia y los fusilamientos y usaron a la policía y al ejército, formado por los hijos que nosotras parimos, para matarnos.
A tu marido lo consideran un traidor y cuando puedan van a matarlo. Cuidalo, como vos sabes, como saben las hembras de tu calibre.
Nosotras no representamos a las sufragistas, que son unas mantenidas. Nosotras, dijo Eva, somos las representantes de las mujeres que trabajan y mantienen a sus hijos, que van al frigorífico y trabajan en cámaras, donde cortan carne, sin ropa de abrigo adecuada, después de dos semanas de haber parido, cagadas de frio; a las fosfores de Avellaneda; a las zafreras de Tucumán, a las levantadoras del poroto y tabaco en Jujuy y Salta; a las maestras rurales que llegan a las escuelas a caballo o en burro, después de hacer leguas a las otras de la ciudad que no ganan ni para pagar el tranvía y llevaban en sus bolsillos las tizas que compran porque las escuelas no había . También a las putas que no tuvieron otra posibilidad que sacrificar el cuerpo y la vida para mantener a los críos.
Estos derechos que vamos a ganar son los políticos y son centrales, pero a la oligarquía le duelen los derechos sociales.
Yo, al crear el Partido Peronista Femenino, lo hice pensando que las mujeres radicales, socialistas, comunistas, incluso las conservadoras crearían, en su momento, sus propios partidos políticos femeninos. Pero ellas son SEÑORAS DE y me parece que no entendieron el mensaje.
Evita se puso de pie y, dificultosamente, caminó hacia Virginia. Allí se vio toda su delgadez. No pesaba más de 38 Kilos. Sus manos y brazos eran alambres que parecían quebrarse en cualquier momento. Se abrazaron. Posiblemente lloraron, lágrimas de hembras fuertes, duras, luchadoras.
Se comprometieron crear un periódico de la Fundación para la formación de la mujer trabajadora, que Virginia alimentaría con su prédica.
Se despidieron, acordando hablar después de las elecciones, aunque las dos sabían que difícilmente volvieran a verse.
Volvieron a abrazarse en la despedida. SE FUSIONARON y dicen que ese momento generó tal centro de energía que un viento imprevisto hizo volar todos los papeles que había en el escritorio y en el del lado.
Mirando por la ventana, se veía como volaban los papeles y los tachos de basura por Paseo Colón, junto con los carteles de la obra que se estaba construyendo. Se desató una inesperada sudestada que inundó toda la Boca y parte de San Telmo, hasta cerca del edificio de la Fundación y luego se retiró, de la misma manera repentina como había llegado.
COMUNICADO DEL SERVICIO METEOROLÓGICO NACIONAL
“Ante la imprevista tormenta desatada en horas de la mañana en el día de ayer, el SMN dio a conocer el siguiente parte:
El SMN hace saber a la población que en el día de ayer se produjo, imprevistamente, pese a existir un pronóstico de vientos calmos del sur, rotando hacia la noche al sudeste, sin variación, un fenómeno que suele pasar en estas épocas del año, pero que da señales que permiten anticiparlo y preverlo con anterioridad, para que se tomen medidas adecuadas para la protección de los navegantes y los vuelos programados.
Se produjo una acción combinada por el encuentro de dos sistemas: uno de alta presión sobre el Atlántico, frente a la costa argentina y otro sistema ciclónico, ubicado en el sur de Uruguay, que cruzo repentinamente el Rio de La Plata, lo que provoco los vientos que se desataron durante el día y una repentina sudestada que, afortunadamente, no provoco daños, ni pérdidas humanas, ni de embarcaciones que se hallaban navegando.”
Fin
Ningún organismo científico, por más preparado y organizado, podría medir lo que un abrazo de dos mujeres, con semejante contenido de energía ideológica y decisión política, puede llegar a provocar, sobre un territorio y una sociedad que cada vez tiene mayor carencia e incomprensión del poder del amor en las formas de relación social y políticas de los seres humanos.