Desde nuestra modesta conformación como grupo de reflexión militante y en ocasión de la presentación de nuestra revista, en marzo pasado, definimos a grandes trazos un programa político que pretende ser simple y, a la vez, audaz. Es un programa que se resume en tres líneas de acción: (1) recomponer la aritmética electoral; (2) aportar contenidos doctrinarios e ideológicos a la unidad del campo nacional, popular y democrático, y; (3) recuperar la alegría.

La aritmética electoral en este país sitúa al peronismo a la cabeza de las preferencias de los votantes, aun con sus altibajos. La elección legislativa del 2021 -llevada a cabo, recordémoslo en un clima enrarecido por la pandemia- fue el peor registro electoral peronista desde 1983 a la fecha. Aun así, en su peor momento, la maquinaria peronista del país logró movilizar un piso de 34% de los votos. De modo que si el establishment y la coalición política que le hace el trabajo sucio piensan, por un instante, que el peronismo es una feta de salame que cualquiera se puede comer entre dos panes, se equivocan de medio a medio.

¿Se puede recomponer la aritmética del 2019 para volver a ganar en 2023? Depende, como siempre, de la capacidad del peronismo para volver a enamorar a las mayorías. «Dato mata relato», como le gusta repetir al gorilaje: en las elecciones de 2021 se achicó la torta electoral y, Juntos por el Cambio ganó sacando 400.000 votos menos que en 2019. En un contexto fuertemente antipolítico, todos perdieron votos pero queda claro que el antiperonismo perdió muchos menos.

Históricamente, el caudal electoral del antiperonismo fluctuó entre el 38 y el 40% de los votos: cuando volvió Perón en 1973 y el país estaba prendido fuego, hubo 4 de cada 10 ciudadanos que no lo votaron; en 1989, mientras agonizaba el alfonsinismo y el país se incendiaba nuevamente, Angeloz -el candidato de la UCR- sacó 37% de los votos; en la primera vuelta de 2015 Macri sacó 34% y, luego -con la pequeña ayuda de algunos de nuestros actuales «compañeros»- llegó al 51% en un ballotage muy disputado; el mismo Macri, bastante más devaluado, arañó el 40% de los votos en 2019 con el apoyo de todo el arco antiperonista.

Este 40% es el techo de la coalición liberal y antiperonista y no hay más guiso para rascar en el fondo de esa olla. Pero, seguramente, en un muy probable escenario de ballotage, los votos del fascismo de mercado y el arco negacionista (Milei, Espert y algunos exhumados partidos provinciales procesistas, como Fuerza República en Tucumán y Acción Chaqueña, que en las últimas elecciones legislativas sacaron 1,7 millones de votos) irán a parar detrás de una fórmula antiperonista del ala dura, pero difícilmente se alineen automáticamente detrás de un moderado.

De modo que, si miramos correctamente la situación, la pelota vuelve a estar en nuestro lado de la cancha. Corresponde entonces que nos preguntemos cómo vamos a recuperar los 3,5 millones de votos que en 2021 no solo no votaron al Frente de Todos sino que, además, no fueron a votar. Más de medio millón de esos votos son de la izquierda pura y dura que, en las legislativas, votan por sus partidos pero que, frente a las elecciones presidenciales que son altamente polarizadas, están dispuestos a acompañar al peronismo, siempre que proponga una fórmula digerible para ese electorado muy politizado.

Una vez recompuesta la aritmética -que no tiene nada de sencillo- la tarea pasa por darle dirección estratégica y contenido programático a la amplia unidad que podamos reconstruir. La pregunta central es esta: ¿Para qué queremos estar unidos? ¿Solo para no perder una elección, o porque necesitamos seguir siendo gobierno para construir un país justo, libre y soberano? La experiencia que estamos transitando desde el 2019 en adelante sirvió para echar luz sobre ciertas cuestiones que fueron deliberadamente invisibilizadas durante décadas por el establishment; por ejemplo, la función que desempeñan los grandes medios de comunicación en la creación de sentido común, la connivencia entre los sectores más concentrados de la economía con la coalición opositora y el Partido Judicial, la obscena intromisión de la Embajada en los asuntos internos del país a través de sus más conocidos operadores políticos, judiciales y periodísticos. Esta experiencia nos sirvió, también, para conocer la determinación y los límites de cada uno de nuestros dirigentes: hay algunos que van a fondo y otros, lo sabemos, se quedan remoloneando en la gatera.

De modo que, a esta altura del campeonato, ningún compañer@ puede jugarla de ingenuo. Sabemos quién es cada uno (hablamos de propios y ajenos) y sabemos qué es lo que nos estamos jugando. La derrota del 2021 nos dejó una poderosa lección para el que quiera ver y oír: el peronismo es la montura sobre la cabalga el deseo de emancipación, igualdad y justicia del pueblo argentino y si nuestros dirigentes -por cobardía, pereza o ambición- llevan la cosa para otro lado, ese mismo pueblo que hasta entonces los acompañó va a encontrar una nueva montura para cabalgar. Lo que nunca va a hacer, porque sería suicida, es detener su marcha.

Esto que traemos a la memoria le sucedió al radicalismo luego de septiembre de 1930. Muchos de sus dirigentes (los moderados, aristocráticos y liberales) participaron del derrocamiento de Yrigoyen y se aliaron con el conservadurismo para alejar al pueblo del sufragio y de sus conquistas sociales. En 1945, cuando terminó la guerra y el ejército terminó con el fraude, esa cáscara vacía llamada UCR creyó que volvería a ocupar su lugar en el sistema de partidos. Sucedió que habían pasado casi 15 años de claudicaciones y otras agachadas, un coronel ignoto y plebeyo les ganó de mano y construyó el movimiento de masas más grande y organizado que jamás existió en la Argentina. La lección que podemos extraer de esta historia es que nadie está ni estará dispuesto a volver a un pasado ominoso y que los días más felices son siempre los que vendrán. Hoy como nunca necesitamos compañer@s capaces de conducir a las fuerzas nacionales, populares y democráticas a una realidad que merezca ser vivida: compañer@s que no tengan miedo al futuro ni complicidades con el pasado.

La tercera línea de nuestro programa es la recuperación de la alegría. Sin alegría no existe posibilidad de triunfo ni entusiasmo por construirlo. No se trata de la alegría del tonto o del optimista consuetudinario, sino una alegría que se construye desde el conocimiento exhaustivo de las cosas y, sobre todo, de las acciones necesarias para cambiarlas. Reclamamos de cada compañer@ una alegría que hoy surge del desánimo, que se sobrepone a la derrota y que pelea por una causa que lo supera individualmente. Con alegría volveremos a llenar las plazas y a marchar por las calles de todo el país; con alegría convenceremos a cada argentin@ que necesite una esperanza de que vale la pena ponerse de pie y romper el cerco de desánimo que alrededor de nuestras vidas construyó la oligarquía y sus mucamos de ocasión. Sin alegría no es posible construir una sociedad más solidaria porque, en la tristeza y en la incertidumbre, el Otro es siempre una amenaza de la cual cuidarse y jamás será el prójimo que nos cuida y a quien cuidar.

No mucho más impone nuestro programa político que, en su sencillez, plantea objetivos gigantescos. La cuenta regresiva ya está en marcha y lo que en definitiva está en juego es definir quién manda. Para que otr@s no decidan por nosostr@s, los argentinos, hace falta reconstruir todos los días esta persistencia plebeya que se llama peronismo.

Editorial Revista Pensar. Reunir lo disperso,para una Argentina con crecimiento e inclusión.